domingo, 23 de noviembre de 2014

Confesiones

Me acuerdo de aquella noche, esa en la que escribí lo más sincero que había escrito en la vida. Mis ojos estaban llenos de lágrimas y me esforzaba por seguir teniendo el valor de escribir.
Cada letra era parte de mi, era como si me hubieran dicho que escribiera mi vida en un resumen. Podría haber puesto muchas cosas pero hay algunas que es mejor que se queden dentro.
Lo que más difícil me resultó fue escribirla para alguien, sí, tenia un destinatario. No uno cualquiera. ¿Y por qué le escribí?
Porque en ese momento creí y creo que es la única persona que quiero que me tenga en su recuerdo hasta que muera.
No era un mensaje  plenamente, tenia un poco de todo, así  como es la vida.
Imaginad que tenéis que decirle a alguien muy importante para vosotros todo lo que sentís,no hay palabras, intenta describir los ojos de una persona triste mirándote o la risa de alguien feliz.
Por eso me resultó tan difícil y si lo vuelvo a leer no estoy de acuerdo con muchas cosas y volvería a escribirlo pero el tiempo tiene un limite y no me quedaba por lo que se quedó así.
Supliqué que no lo leyera, suena contradictorio pero si lo leía era mala señal, muy mala señal.
Llena de miedo, dudas y lágrimas me dormí pensando que todo lo que había escrito no valía nada. Que quería demostrarlo todo con un beso o con una mirada, porque entendemos más ese signo.
Duele más una bofetada en la cara después de una discusión que la propia pelea en sí. Duele física y mentalmente porque la otra persona muestra su odio más detenidamente.
Pero no sé qué hice que cada vez que lo leo me pongo muy triste, puede que lo haya hecho bien en el fondo.
Pero ante todo esto lo mejor que puede hacer alguien es escribir porque eso hace a la persona eterna, podrán pasar muchos años pero su esencia quedará en un papel.



Finalmente, no lo leyó, me alegro y ahora tengo la oportunidad de poner puntos suspensivos en vez de un punto final.

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